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Autobiografía de una mota de polvo

Él se sentó en el sofá más o menos a la misma hora que el día anterior. La mediocridad de tal acción casaba de un modo flagrante con el resto de su vida: cansina, asfixiante. El televisor, casi tan anodino como todo lo demás, permanecía apagado, quizá esperando que su vida –que su propia vida– se reanudara en algún momento.  Él, de repente, miró a su alrededor y su vista se posó en esa pantalla negra, llena de polvo. Un minuto. Cinco. Diez. Él tenía todo el tiempo del mundo para esperar, cómodamente, al vacío más absoluto del mundo. Encendió el televisor más o menos a la misma hora que el día anterior. Sandro Rey, adalid de los que tienen tiempo que perder, hizo su habitual aparición en el plasma mientras él, ya con uno de los ojos cerrados, intentaba mantenerse despierto. De repente, oyó una explosión. Cerca. Muy cerca. Él se levantó, miró hacia ambos lados y dedujo que algo había ocurrido. Sintiéndose harto perspicaz, se rascó la cabeza, suspiró, volvió a sentarse. 

Panthalassa

–Debemos separarnos.   De repente, ella sintió que todo se derrumbaba. De repente, comprobó que su mundo, antaño fuerte, compacto y resistente, se había ido transformando progresivamente en un castillo de naipes. Un vacío en su mente, un hueco donde antes latía su corazón. Sin mediar palabra, ella se fue. Echó a andar entre los transeúntes, siendo consciente de las vidas que, tras sus inexpresivos rostros, eran campos de liza de otros tantos avatares.   Se sentó en un banco y observó. Vio al niño pequeño, que sonríe cuando recibe cariñosas palabras. Vio al anciano que, a pesar de apenas ver, era feliz sintiendo la brisa en su rostro. Ella creyó que eso era bueno, pero quizá era poco para sí. No existen lonas de seguridad para los que cometen errores. No hay segundas oportunidades, no hay nuevos comienzos ni otras ocasiones de principiar lo que ya murió. Todo eso pensaba ella mientras observaba la dulzura del rostro de aquel pequeño. De repente, vio que un hombre joven est

¿Invencible?

[A Carlota] ¿Puedes ver quiénes fuimos? Fuimos invencibles. Una voz en un sueño, un pequeño resquicio de atávicos tiempos en un pensamiento y, si puedes oírlo, sabrás que algún día se hará realidad. Tu alma, antaño inmortal, hoy sólo puede soñar. ¿Puedes ver quiénes seremos? Un balbuceo, una canción de cuna y toda la vida por delante. Un mundo por descubrir. Un mundo hostil. Pero siempre serás invencible. Tu alma, hoy inmortal, sigue siendo una voz en algún lugar. Lejano. Muy lejano.  ¿Puedes ver quiénes seremos? Un sueño, sí, un sueño. Breve, mas no intenso. Mantequilla untada sobre demasiado pan. Eso fui hasta que tú, mi dulce niña, llegaste a este mundo. Tu alma, siempre inmortal, se alzará victoriosa. ¿Puedes ver quiénes fuimos? Una vida de lucha, de sufrimiento. Larga, demasiado intensa. Un mundo hostil y tú, peque

Fronteras difusas

Quiso huir del mundo. Abrió el armario, se metió dentro y vio negros nubarrones que amenazaban tormenta. Cerró la puerta y se estiró en la cama. Un ave fénix, majestuosa y señorial, se posó en el cabezal de la cama. Ella miró directamente a los ojos del rey, expectante. Se puso las zapatillas y el albornoz y con ellos se sintió la mayor superheroína del mundo. El fénix, ya su gran amigo, volvió a alzar el vuelo. En la sala de estar, donde antaño se sucedieron innumerables combates en los que se decidía el sino del mundo, ella vio podía hacer justicia a la historia. Se sentó en el sofá, aquel trono en el que nació el Rey Pescador. Encendió la televisión y puso la teletienda, remedio lobotómico donde los haya. De repente, sintió un cosquilleo en la espalda y vio al fénix, su rey, acariciando su espalda con una de sus alas. Como si quisiera decirle algo. Como si todo quedara dicho. Pensó que, quizá, sólo quizá. ¿Quizá qué? Quizá podría solucionarlo todo. Un ave fénix, majestuosa

Automático

Levantarse. Tostada y café. Ducha y lavarse (bien) los dientes. Bragas, sujetador, desodorante. Pantalones, camiseta de tirantes. Peinarse, peinarse y maquillarse. Cambiar camiseta por camisa, bailarinas. Bolso, cerrar la puerta. Autobús, sacar billete. Comprar café y (Dunkin) donut. Hola, ¿tengo llamadas? Firmar, maletín. Comprobar cuentas. Encender ordenador. Comer. Comprobar cuentas. Cuentas. Cuentas. Sacar teléfono. Hola, bien. Entregar informes. Salir por la puerta. Bajar escaleras. Hola, cariño. Ir a cenar. Sonreír. Pidieron la cena y él cogió una de sus manos. –Anda, tienes un manchurrón de tinta.–dijo. Ella miró la mancha, sin recordar cómo se había manchado. ¿Mancha? Bolígrafo. Escribir. Cuentas. –¿Puedes creerte que no sé cómo me lo he hecho? Rieron. Él, animado, pidió otra botella de vino. Ella miró fijamente sus ojos, aquellos ojos que tantas noches en vela habían provocado. –¿Sabes?–dijo ella.–Me gustaría que esta noche no terminara nunca.

Infinitas formas más preciosas

[ a MJ ] Un salto a tiempo y desplegar las áureas alas para surcar los cielos. El salvaje oleaje de un mar en calma. El viento que, en su infinito discurrir, se detiene. Un preciado silencio cuando observo el iris de tus ojos. El rocío que, por la mañana, viste las hojas desnudas. Los estorninos que componen la más bella música del universo. La ceniza que desprende mi perversa piel cuando rozo tu pelo. Quisiera tornarme aire para verlo todo. Quisiera volver a nacer y experimentar todo lo que he experimentado, y experimentar aún más. Quisiera contemplar el caminar del tiempo, salir de él y zambullirme, regresar a  él. Como si fuera el mar y yo un delfín, libre y soberano. Soy el gorrión, el león y el tiburón. Soy el mundo y el mundo soy yo. La canción que los viajantes entonan en el camino. Una hoguera en la orilla del tiempo, el rasgueo de las cuerdas. La niña que anda torpemente porque aún aprende a sostenerse. Un susurro en tus labios. Soy el moribundo que exhala

La creació del món

Negra i càlida nit… L’aire, suau, amb delit circula entre els inquiets arbres transportant crits macabres d’una veu llunyana, femenina, que brama, plora i crida. Corprès, l’arbre més vell, un enorme i cendrós tell, xiula com qui parla a un rantell. -Altre cop la nit canta, tot bressolant un nadó horrible que a cada nota s’esgarrifa i ella, quieta, s’encanta. Plora, petit. Un corbí, espantat, deixa anar un crit terrible i dalt d’una branca tot parat es planta, expectant. -Jove corbí, sempre ignorat i mai  un sol cop  escoltat, ja sap que el plor del nadó presagia el neix, durant la nit, del caçador. Mata, petit. Una figura furtiva segueix el vent, corre, es mou com el voltor que vol menjar rabent, i sentint en sa pell el dolor. Sens pressa i sens pausa però carregat de causa el voltor recull la carronya i deix, sens mirar, ronya que neix i mor amb rauxa. Dos rius circulen l’un al costat de l’altre: un porta